
La avalancha de nuevas pequeñas empresas como resultado del fenómeno del emprendimiento ha obligado a dar un vuelco a la formación. Las escuelas de negocios, como piezas clave del éxito empresarial, han adaptado sus programas a una realidad que si bien demuestra un despertar creativo, está llena de intentos fallidos.
El diario Expansión ha publicado un trabajo sobre la importancia de cursar un programa especializado en dirección de empresas, que provea a los emprendedores de los conocimientos para el funcionamiento de la empresa, pero también hace énfasis en que no es el único factor para el éxito.
A continuación compartimos parte del reportaje titulado ¿Pueden las escuelas de negocio reducir el fracaso de ‘start up’?:
Si el emprendimiento tiene que ver con romper esquemas, con buscar otras formas de hacer las cosas, con poner en entredicho los paradigmas y crear productos y experiencias nunca vistos, ¿qué papel ocupan las escuelas de negocio en este ecosistema?
Lo cierto es que el porcentaje de fracasos empresariales es menor entre los que han realizado un MBA, al menos entre quienes lo hayan cursado en una de las cien mejores escuelas de negocio del mundo, según el ránking que elabora cada año Financial Times.
Según una reciente encuesta realizada por este mismo diario, el 22% de los alumnos de estos programas acaba lanzando una start up y, de éstas, el 84% continúa operando tres años después. Se trata de una tasa muy superior a la media. En EEUU, se calcula que el 40% de las firmas de nueva creación no llega a su tercer aniversario. En España el ratio es mucho más sangrante: de cada diez pequeñas y medianas empresas que nacen, ocho desaparecen.
Cierto es que no todo el mérito se le puede atribuir a estos MBA. Las personas que se deciden a realizar un programa de esta índole, en su inmensa mayoría, cuentan con experiencia profesional y dinero suficiente como para costearse la matrícula de estos centros, factores difíciles de cuantificar pero sin duda relevantes.
«Un máster no te garantiza el éxito, ni te monta una start up. Pero si estás pensando en emprender y necesitas de ciertos conocimientos, pueden aportarte herramientas muy útiles», sostiene Liz Fleming, directora adjunta del Venture Lab de IE Business School. Escuelas de negocio como ésta se han visto impulsadas en los últimos tiempos a adaptar sus contenidos y su enfoque no sólo hacia la realidad de los emprendedores sino, en general, «hacia un entorno de permanente incertidumbre. Ya sea como emprendedor o como intraemprendedor, se debe estar preparado para trabajar en un mundo cambiante», continúa Fleming.
Pasos similares ha dado Esade, con la creación, entre otras iniciativas, del foro Startup Spain, del espacio para emprendedores eGarage, la aceleradora Momentum (con la colaboración de BBVA) o la red de business angels Esade BAN. «Estas iniciativas, juntas, ayudan a crear un caldo de cultivo que hace propicio un networking muy beneficioso», defiende Luisa Alemany, directora del Esade Entrepreneurship Institute.
Una evolución forzosa
La evolución de las escuelas de negocio responde a los cambios que está viviendo la propia sociedad. Ni las proyecciones laborales son las mismas que hace diez años, ni las inquietudes –especialmente de los más jóvenes– lo son. Las nuevas generaciones se caracterizan «por su interés en la programación y el código, por sus ganas de emprender y por su conciencia social», resume Joost Van Nisper, presidente de ICEMD (el Instituto de Economía Digital de ESIC), en el informe El futuro de la educación.
Van Nisper identifica diez grandes tendencias en el sector educativo, entre ellas lo que define como «Ágora» (en referencia a las plazas de las ciudades en la Antigua Grecia, centro del comercio y de la vida social). «El valor de una escuela de negocios está en crear un núcleo de conocimiento, experiencias y posibilidades mejores que las de la competencia. Ya no basta con ofrecer el mejor profesorado o el mejor MBA», afirma.
En todo caso, la clave para que un programa en una escuela de negocios resulte útil –y rentable– radica en la capacidad del alumno de aprender a validar su idea de negocio a través de una metodología lean y de sacar partido del ecosistema creado en torno a la institución. Por último, la existencia de perfiles heterogéneos –distinta formación universitaria y grado de experiencia profesional– dentro de una clase ayuda a generar un clima más enriquecedor.
Fuente: Expansión